Ciclo Los Fantásticos – Julio 2013

Leen en Los Fantásticos de julio:

Enzo Maqueira 
Camila Fabbri 
Martín Gardella 
Federico Baggini 
Sebastián Pandolfelli 
Gilda Manso 

El jueves 11 de julio a las 20.30 hs (PUNTUAL) en La Libre, Bolívar 646, San Telmo. Entrada gratuita. ¡Los esperamos!

Temporada de jabalíes en librerías

Lista de librerías en donde conseguís Temporada de jabalíes:

  • CÚSPIDE : Florida 628, San Martín 760 (Galerías Pacífico), Av. Corrientes 1243, Av. Corrientes 1316, Av. Santa Fe 2077, Av. Cabildo 1965, Av. Rivadavia 5045 (Village Cines)
  • ANTÍGONA LIBROS: Av. Corrientes 1555, Av. Corrientes 1543, Cerrito 1128, Av. Las Heras 2597
  • ARCADIA LIBROS: Marcelo T. de Alvear 1548
  • BOUTIQUE DEL LIBRO: Chacabuco 459
  • CLÁSICA Y MODERNA: Av. Callao 892
  • CRIME LIBROS: Lavalle 985
  • ETERNA CADENCIA LIBROS: Honduras 5574
  • FEDRO: Carlos Calvo 578
  • FUNDACION PROA: Av. Pedro de Mendoza 1929, piso 1º
  • GOTCHA’S BOOKS: Maipú 971 Galería del Este local 26
  • LA LIBRE ARTE Y LIBROS: Bolívar 646
  • LIBRERÍA CRACK UP: Costa Rica 4767
  • LIBRERÍA DE ÁVILA: Alsina 500
  • LIBRERÍA DEL MÁRMOL: Lavalle 2015
  • LIBRERÍA HERNÁNDEZ: Av. Corrientes 1436, Av. Corrientes 1311
  • LIBRERÍA LA BARCA: Av. Scalabrini Ortiz 3048   
  • LIBRERÍA LA CUEVA: Av. de Mayo 1127
  • LIBRERÍA LEGENDA: Charcas 3279, Billinghurst 1892
  • LIBRERÍA NORTE: Av. Las Heras 2225
  • LIBRERÍA PAIDÓS DEL FONDO: Av. Santa Fe 1685
  • LIBRERÍA PELUFO: Av. Corrientes 4276
  • LIBROS DEL PASAJE: Thames 1762
  • LILITH LIBROS: Av. Santa Fe 3753
  • MASCARÓ LIBROS: Av. Santa Fe 2928
  • MENDEL LIBROS: Paraguay 5163
  • MENÉNDEZ LIBROS: Paraguay 431
  • MYTHOS LIBROS: Güemes 4374
  • OTRA LLUVIA LIBROS: Bulnes 640
  • RINCÓN DEL ANTICUARIO: Junín 1270Imagen

Me topé con ese poema de Bukowski que

Me topé con ese poema de Bukowski que dice: “Hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir / pero soy duro con él / le digo quédate ahí dentro / no voy a permitir que nadie te vea. / Hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir / pero yo le echo whisky encima y me trago / el humo de los cigarrillos / y las putas y los camareros / y los dependientes de ultramarinos / nunca se dan cuenta / de que está ahí dentro (…)”.

Y pensé: entre los mitos erróneos que heredamos, está ése, el mito del pájaro azul. El pájaro azul de nuestro corazón que debe permanecer oculto, porque si lo mostramos al mundo, el mundo puede cazarlo, enjaularlo, quitarle las plumas una por una, arrancarle la música, clavarle una aguja en el corazón, en el corazón del pájaro azul de nuestro corazón, que no es otra cosa que nuestro corazón, y finalmente prenderlo fuego. Heredamos la idea equivocada de que ser bellos es debilidad, que ser amables es debilidad, que ser suaves es debilidad, que querer es debilidad, que ser el primero en decir te quiero es el colmo de la debilidad, que apostar por algo es debilidad (porque apostar por algo es creer en ese algo, y creer es debilidad), que tener ganas es debilidad; en resumen: que la vida es debilidad. Que el pájaro azul nos hace débiles. Que nada debe ser mostrado a las putas, a los camareros y a los dependientes de ultramarinos, entre otra gente. Porque Bukowski también heredó eso, no crean que no. Pero Bukowski contaba con una cuestionable ventaja: era Bukowski. Nosotros no somos Bukowski. Nosotros sentimos el latido, las ansias, el aleteo del pájaro azul, le decimos “chito, quieto, cerrá el pico”, nos hacemos los malos, y no somos Bukowski, ni de puertas para afuera ni, mucho menos, de puertas para adentro. Somos nosotros, que nos ponemos un saquito cuando hace frío, nos preparamos un té y apoyamos el culo en la estufa. No somos poetas malditos. Y actuamos como si no supiéramos que el miedo a que el mundo incinere a nuestro pájaro azul tiene un porcentaje de absurdo, porque el mundo somos, también, nosotros. Nosotros, los del pájaro azul. Y si resulta que, a pesar de todo, el mundo saca su costado malvado y le prende fuego a nuestro pájaro azul, será doloroso, claro; pero no finjamos ignorancia, no finjamos haber nacido ayer: nuestra experiencia sabe que el pájaro azul es un fénix: ya nos lastimaron, y -qué maravilla- acá estamos.

Así que dejémonos de joder, por favor. Miedo tenemos todos. Lo mejor que podemos hacer es ser hermosos, una y otra y otra y otra vez.

Temporada de jabalíes – Presentación

El jueves 30 de mayo presento mi nuevo libro de cuentos, Temporada de jabalíes (editorial Malas Palabras Buks).
La presentación será a las 19.30 hs. en Espacio Enjambre, Acuña de Figueroa 1656, CABA.
Me gustaría mucho verlos allí.

Presentan: Giselle Aronson y Nicolás Correa
Música: Betelgeuse

Barra con precios populares.

Tapa Bibliografik SE„OR marzo 2010

Presentación de la Exposición de la actual narrativa rioplatense

Mañana, viernes 12 de abril desde las 19 hs. se presentan los diez primeros libros de la Exposición de la actual narrativa rioplatense, un proyecto conjunto de las editoriales El 8vo. loco y Milena Caserola. La presentación será en Espacio Naranja verde, ubicado en Av. Santa Fe 1284 1º piso, y están todos invitados.

Los diez libros, que estarán a la venta por el módico precio de $25 (sí, veinticinco pesos) cada uno, son:

Trabajos, de Juan Marcos Almada. Arte de tapa: Ariel Cusnir.

El Polaco, de Pía Bouzas. Arte de tapa: Leonardo Cavalcante.

83, de Nicolás Correa. Arte de tapa: Delfina Estrada.

Distancias, de Martín Di Lisio. Arte de tapa: Martín Lanezan.

A dos horas de Barboza, de Gustavo Gálvez Romano. Arte de tapa: Santiago Rey.

Temple, de Gilda Manso (muá). Arte de tapa: Matía Ercole.

Inventario de la derrota, de Agustín Montenegro. Arte de tapa: Marcos Magnani.

La invención de lo cotidiano, de Ana Ojeda. Arte de tapa: Rodolfo Marqués.

El corto verano de los hombres, de Ariel Pichersky. Arte de tapa: Juane Odriozola.

El país del escritor, de Gustavo Valle. Arte de tapa: Francisco Medail.

 

Cuando le contamos a alguien una mentira pequeña, cotidiana, que nos dijeron, suele ocurrir lo siguiente:

-Me dijo Fulano que el trabajo se lo comió el perro / Que sí quiere verme, pero está muy ocupado / Que las manzanas estaban jugosas, pero no, estaban paposas.

-¡Ja! ¿Y vos le creíste?

Y uno se ve obligado a admitir que sí, que en principio le creyó, y el otro te dice “pero sos boludo”, y de ese modo uno se convierte en cómplice de la mentira recibida, y al ser cómplice no puede reclamar por ningún perjuicio: “La culpa es tuya, por creerle”. Y listo, fin del tema.

Mi postura sobre esto es: ¿estamos todos del orto? ¿Desde cuándo somos responsables de la estafa que nos hace víctimas? El receptor no es responsable del mensaje que emite el emisor. Teniendo esto claro, la solución a la mentira parece ser la incredulidad manifiesta. “Quise ir, pero no pude”, “No te creo”. Y punto. Pero esta estrategia tiene una falla tremenda, y es que al tratarse de mentiras “inofensivas”, que no matan a nadie, dichas por personas con las que nos relacionamos probablemente a diario, la incredulidad como tendencia no es posible. Y el mentiroso no admite que mintió. Imaginemos el siguiente diálogo:

-No me llegó tu mensaje.

-No te creo.

-El otro mensaje tuyo tampoco me llegó.

-No te creo.

-Uy, hoy tampoco me llegó tu mensaje.

-No te creo.

Ese diálogo es inverosímil. En esa instancia, lo mandás al carajo (cosa no tan fácil de hacer; recordemos que la persona forma parte de nuestra vida), o fingís creerle.

Fingir creer, entonces, parece ser la nueva solución. Pero a la larga se pudre, porque si uno finge creer, el mentiroso sigue mintiendo, y cuando nos queremos salir no podemos, porque ahí sí somos cómplices de la mentira. Ahí hacemos trampa. Y hacer trampa es perder.

Una de mis microficciones favoritas es de Alejandro Dolina. Dolina cuenta que un día el diablo se presenta ante el Ruso Salzman, amante de los juegos de azar, y le ofrece la victoria eterna. “Con sólo adorarme, ganarás siempre”. El Ruso piensa y dice: “No sé si me interesa ganar siempre”. El diablo no lo puede creer. “¿Acaso querés perder?”. “No, no, tampoco quiero perder”. “Y qué querés, entonces?”. “Jugar, quiero jugar”.

Yo pienso que la mejor solución es jugar. Jugar es apostar. Y apostar es creer. No fingir creer, no creer un poco pero coqueteando con la incredulidad; creer en serio. Poner en el otro la responsabilidad de lo que hace, poner en el otro la posibilidad de que lo que diga sí sea verdad. “Te iba a llamar pero no pude”, creerlo. “No, doña, le aseguro que estas naranjas tienen mucho jugo”, creerlo. Acá, más de uno pensará: “Pero de esa manera me van a tomar de boludo siempre”. Ah, pero no hay que subestimar nuestra capacidad innata para hincharnos las bolas. Digo que seamos crédulos, no kamikazes. Llega un momento -llega siempre, créanme- en que si Fulano quiere vernos pero nunca puede, vamos a conocer a Mengano, que también quiere vernos y sí puede. Llega un momento en que en la otra cuadra abre una verdulería nueva, y ahí el verdulero tiene más talento. Y el otro, entonces, deja de tener lugar, importancia e influencia.

Yo no sé si eso es ganar, te confieso. No creo que sea perder. No a la larga. No sé nada. Pero imagino al Ruso Salzman concentrado en su juego, en sus cartas, en su alma, y creo que ahí está la verdad.

Estaba pensando en la gente que da más de una oportunidad. Pensaba que hay algo perverso en dar muchas oportunidades. Perverso pero inocente, porque me refiero a gente honesta, que da muchas oportunidades porque cree o siente que debe hacerlo, no a gente que da muchas oportunidades por una cuestión de especulación y de debe y haber.

La perversidad que noto se basa en la sensación de inagotabilidad, de infinitud, de incondicionalidad que brinda la proliferación de oportunidades: te dieron una oportunidad, y la cagaste; te dieron otra, y la volviste a cagar; otra, y una vez más le fallaste. A la cuarta vez que la persona sigue ahí, que no se va, que no te manda al carajo, empezás a sentir que por algún extraño motivo, milagro o bondad del universo, esa persona va a estar ahí siempre. Forever. Que podés hacer lo que quieras, que no importa tanto lo que hagas, que no importa tanto cuánta desconsideración empuñes o cuánto daño quede, porque a esa persona le gusta dar oportunidades, le gusta confiar en vos, y lo va a seguir haciendo; no entendés muy bien por qué ocurre eso, pero tampoco importa, porque tu alma y tu ego se sienten bien, cómodos, confortados, y eso basta.

Pero esa sensación de inagotabilidad, de infinitud, de incondicionalidad es engañosa: la paciencia, aunque sea grande y resistente y esté llena de cosas lindas, es agotable y finita. Y ahí está lo perverso: un día, esa oportunidad número 5, número 17 o número 134 es también la oportunidad última. Ya está, no hay más. Y por lo general, la última es la última en serio, porque las personas que dan muchas oportunidades dan oportunidades incluso cuando ya tienen las bolas llenas, y entonces, la última oportunidad es algo enorme y chiquito a la vez, un latido de gorrión, la única semilla que queda. Me acuerdo de la escena final de “Nueve semanas y media”: Kim Basinger yéndose, lastimada, harta, con la paciencia en menos diez, y Mickey Rourke mirándola irse y murmurando, tan bajo que ella no lo puede oír: “No te vayas”. Él pensaba que ella le soportaría todo, por siempre. Pero ella -quién lo hubiera dicho- se va. Un día se va. Porque la incondicionalidad existe, pero es como la piedra filosofal: sólo la obtendrá aquel que no tenga intención de usarla.

 

Ahora, que tenés ese problema que no te deja dormir, tenés también dos opciones.
La primera es repetir muchas veces las siguientes frases: “No me importa nada. No hay que tomarse las cosas tan en serio. Todo me chupa un huevo”. Para lograr un mejor resultado, podés hacerlo frente al espejo. El resultado a lograr es creerlo: repetí eso hasta que lo creas, hasta que de verdad pienses que no te importa nada. Aunque parezca improbable, esta estrategia funciona. El problema se invisibiliza.
La segunda opción es opuesta a la primera: agarrá el problema, ponelo frente a vos y hacele una autopsia para poder entender qué onda (el entendimiento es el principio de todo). Una cosa: el problema está vivo. No, no lo podés matar. Sí, la autopsia se la tenés que hacer a un problema vivo y bastante poderoso (no te deja dormir, recordemos) que va a intentar resguardarse, y para eso te va a reventar la cabeza a golpes.
Ambas opciones tienen sus inconvenientes y desventajas.
La primera: dijimos que para que la primera opción funcione tenés que repetir ciertas frases, ciertas expresiones, con el fin de que esas palabras se te graben y empieces a creerlas, y que de ese modo se conviertan, aunque sea parcial y engañosamente, en verdad. El tema acá es que la repetición constante y exagerada de las palabras hace que éstas pierdan valor y sentido. Y si las palabras pierden su sentido, todo lo demás pierde su sentido. (Acordate de la peste del insomnio, en Cien años de soledad). Y si todo pierde sentido, el alma se te vacía. Y -he aquí el inconveniente más grande y desolador- cuanto más vacía tenés el alma, más te pesa.
La segunda: la desventaja de la segunda opción es que no tiene ventajas. Todo su transcurrir es complicado. Para hacerle la autopsia al problema vivo tenés que meterte en él; tenés que meterte en lo más profundo de vos mismo y de lo que conforma tu mundo. Esto implica que vas a tener que detenerte ahí donde otros (los de la primera opción) seguirían de largo, y sopesar (y respetar) el valor de todo lo que encuentres, sea una cosa, un sentimiento o una persona. El compromiso inviolable que asumís al elegir esta opción es que no te podés cagar en nada. Así, tan denso y asfixiante como suena. Ah, y otra cosa: para elegir la segunda opción tenés que estar seguro de ser una persona más o menos feliz. Tenés que estar seguro de ser lo suficientemente fuerte como para no hundirte a la primera de cambio: un depresivo o un infeliz que se mete en lo más profundo va directo a la ruina. (Irónicamente y contrario a lo que se piensa, para tomarte las cosas en serio necesitás primero un algo de felicidad y de alegría). Como dije antes, esta opción no tiene ventajas: acá, la felicidad es una condición, no un premio. No tiene ventajas, pero tiene esto: cuando terminás de atravesar esta piscina llena de brea, cuando terminás de horadar esta piedra con tus uñas, sos libre.
Vos elegís.

Yo no puedo opinar sobre la gestión de Hugo Chávez como presidente por dos motivos que se saben, creo: ni soy venezolana ni viví nunca en Venezuela. Por lo tanto, no me siento con autoridad para confirmar ni para refutar nada que los venezolanos o los no-venezolanos residentes en Venezuela digan sobre Chávez como presidente de la nación.
Sí puedo opinar -con reservas, lo admito- sobre el papel de Hugo Chávez en la Latinoamérica de la última década. 
No la voy a hacer larga, sólo una cosa: en 1985, en el 1995 o en el 2002 era impensado que la muerte de un presidente de Venezuela sea uno de los principales temas de conversación en Argentina durante -mínimo- dos días seguidos. Ahora, en el 2013, ocurre eso. La muerte del presidente de otro país está presente en éste. Esto ocurre, a mi entender, por dos motivos: 1) Porque hay redes sociales que acercan todo al instante, cosa que antes no había. 2) Porque los presidentes de los países de América Latina se encargaron, durante los últimos diez años, de amalgamar un algo que estaba suelto. Y en este segundo punto, el papel de Hugo Chávez fue, para mí, absolutamente fundamental. 
Esto, que para algunos puede resultar de importancia ínfima, yo lo veo de una importancia enorme. De una importancia enorme y positiva.
Por lo tanto yo lamento mucho, mucho, la muerte de Hugo Chávez.

El otro día volví a ver ese capítulo de House en el que el equipo médico debe atender a un hombre que está enamorado de una muñeca. Se trata de una muñeca similar a una mujer, con tamaño y formas de mujer. Los médicos oscilan entre la preocupación y la burla; todos, excepto House. “Lo raro es tener una relación con alguien real. Vivir con esa persona, soportar a esa persona. Todos ustedes tienen una “muñeca” que les impide tener una relación: tus muñecas son tus hijas; decís que sólo tenés tiempo para ellas. Tu muñeca es la caridad; pasás todo el día en el hospital, y cuando salís vas a otro hospital, para no tener tiempo libre. Tu muñeca es saltar de cama en cama, sin conocer a nadie en profundidad”, les arrojó House a sus médicos, mientras hacía un casting de acompañantes femeninas para reemplazar a su esposa por conveniencia, una ex prostituta ucraniana que se iría de su casa en cuanto consiguiera la ciudadanía norteamericana.
La seducción de lo imposible radica en su deuda eterna: lo imposible siempre nos va a deber algo. Con lo imposible siempre somos mártires: “No pudo ser”, decimos, cuando asumimos que, de hecho, no puede ser. Hay algo heroico en el “no pudo ser”; algo de “yo lo intenté, pero era imposible”.
Lo posible, en cambio, nos obliga a ponernos a su altura, sea cual sea. No tenemos ventajas. Nadie nos debe nada. Con lo posible arrancamos desde cero.
El paciente de House tiene una vecina que a veces sale con él. Se llevan bien, se gustan, ella va a verlo al hospital. Pero él está enamorado de la muñeca. Porque está enamorado en serio: que sea imposible no le quita veracidad. Su enamoramiento es real. La punta de un iceberg también es real. El problema de la vecina es que es groseramente posible; tan posible que, incluso, está interesada en él. Y él, una vez, estuvo enamorado de alguien groseramente posible: su ex novia, que un día se fue y lo dejó. Y fue en ese momento que él encargó su muñeca: debían hacerla a imagen y semejanza de su ex.
Yo no sé si él se enamoraría de su vecina. Tal vez no, tal vez es eso y nada más, y nada menos: salir, divertirse, ir a la feria a jugar Tiro al blanco. Lo que sé -y sabemos todos los que miramos ese capítulo- es que él no quiere enamorarse de su vecina, independientemente de que el amor ocurra o no. Porque ya está enamorado de su muñeca.
Porque cuando lo imposible finalmente no es, nos convertimos en mártires. Y cuando lo posible deja de ser, en cambio, nos convertimos, como dice Aerosmith, en un lugar en el que un jardín nunca crecería.